Cuentos de Tata Teo - El bufón de Dios

El bufón de Dios

—Tata Teo, cuéntame un cuento.
—¿De qué quieres que te cuente?
—No sé, uno de muchos que tienes
—El Bufón de Dios, escucha entonces


H
abía una vez, al abrigo de las colinas, un pintoresco pueblo que se proclamaba ateo. En ese pueblo la gente hacía lo que cualquier comunidad del mundo hacía, pero sin ningún tipo de culto o servicio religioso. Ahí convivían tanto los que tajantemente negaban la existencia de un dios, como también los que un ser de ese tipo les era irrelevante en su vida. Esto se había decidido años atrás en consejo del pueblo ¡Hasta hubo elecciones para esto! Una apabullante mayoría estuvo de acuerdo en cesar toda expresión religiosa. Aquellos que no estuvieron de acuerdo decidieron migrar a los pueblos vecinos, donde sí pudieran expresar sus credos.
Un día llegó un profeta a este pueblo ateo y comenzó a pregonar sobre Dios y su Hijo. La gente, ya cansada, se juntó, le pidieron que se fuera a otro lado y comenzaron a darle muchas de sus razones por las que no creían en Dios y lo retaban para que diera una prueba de la existencia divina. El profeta, triste por la incredulidad de ellos, les dijo:
—Para que vean cómo hay poder en Dios, voy a hincarme y le pediré que mueva este edificio, que tienen en esta plaza central, a lo más alto de aquel monte. —Dijo mientras señalaba ambos lugares. —No lejos, donde no se pueda ver, sino en ese monte, para que no puedan negar que Dios aquí les habló.
Acto seguido, el profeta se hincó y comenzó a orar. La gente se quedó observándolo… pasaron segundos de duda, humor y tensión, algunos veían con un poco de nerviosismo al edificio, que en realidad era la alcaldía. Los segundos dieron paso a los minutos, y el pueblo empezó a mofarse del profeta, a llamarle ridículo, payaso, bufón. De los minutos nacieron las horas y el profeta se quedó solo en la plaza, orando, mientras la gente festejaba en sus casas la humillación y terquedad de ese hombre loco que importunó sus vidas. Sería una gran historia para sus hijos: El profeta que causó la risa del pueblo entero: “el bufón de Dios”
Al día siguiente, la gente observó que el profeta se había ido. No estaba en la plaza central, ni en las calles, sin embargo, eso no fue lo que llamó su atención ¡La alcaldía no estaba! ¡Ya no se hallaba más en su lugar! Temerosos, fijaron sus ojos al monte ¡Sus ojos no daban crédito a lo que veían! Salieron en tropel al cerro y, en efecto, su edificio gubernamental estaba ahí, intacto, como si desde el principio se hubiera construido ahí. Los escritorios, mesas, sillas, equipos y demás objetos estaban en perfecto orden, los cimientos, los adornos, hasta el drenaje tenía su propio desagüe. El alcalde del pueblo pidió orden y dijo:
—No se preocupen, compañeros, vamos a descubrir qué sucedió aquí, seguramente este hombre era parte de los pueblos vecinos, que nos quisieron hacer una broma. Vayan a trabajar y en la tarde nos reuniremos para solucionar esto.

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Y así pasaron los días, la gente no pudo encontrar una explicación para un trabajo tan excelente. Algunos decían que fueron los pueblos vecinos, otros decían que en realidad siempre había estado ahí, otros hablaban de tecnologías muy avanzadas, realidades paralelas, teoría de las cuerdas, una simulación y otras explicaciones. Los niños preguntaban por el cambio, los padres daban diferentes explicaciones hasta que fue necesario otro consejo en el pueblo para darle solución a este problema.
—Esa alcaldía ¡Nos trae muchos problemas! —Dijo un hombre muy molesto.
—¡Subir al monte todos los días, para trabajar allí, es muy cansado y peligroso! —Criticó una empleada del alcalde.
—Ya no sé qué decirles a mis hijos, no me siento segura, si pueden robarse la alcaldía ¿Qué seguridad tenemos en nuestras casas? —Puntualizó una madre, visiblemente preocupada y alterada.
Nadie hacía referencia al profeta o a sus palabras. La gente del pueblo se negaba a reconocer este hecho como señal, por lo que “profeta” y “bufón” eras palabras vetadas del lenguaje del pueblo. Reconocer la señal no era una opción razonable. Un reto a su estilo de vida que no estaban dispuestos a aceptar. Nadie iba a dejar sus tradiciones, costumbres e instituciones ateas por las palabras de un bufón de pensamiento arcaico. La solución era simple: Había que destruir esa casa y construir una nueva, acorde al sentimiento del pueblo, a su “espíritu ateo”.

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Años después un hombre se paró en la plaza del pueblo, la cual estaba coronada por un soberbio edificio de cemento sólido y anchas columnas. El hombre comenzó a predicar acerca de Dios y su Hijo e invitaba a la gente a acercarse y conocer al Mesías. La gente se acercó, pero no a escuchar, sino a pedirle al hombre que se fuera y a contradecir sus palabras.
—Si tanto crees en tu Dios ¿Por qué no le pides que baje? Que baje y entonces creeremos en él.
—Sí, muéstranos una señal “celestial” y creeremos tus palabras.
El hombre, con tristeza, pero también con amor, respondió:
—Hace mucho ocurrió la mayor señal, el mayor milagro, y la gente lo vio, y no lo recibió; lo oyó, pero no lo escuchó; vio su luz y la despreció. Pero ni así quisieron creer en Él. Ustedes no necesitan una prueba de su existencia o su poder, la piden pero no la quieren ¿Qué mejor señal podría haber para esta generación perversa y adúltera?
—¿Quién te crees que eres para hablarnos así?
—¿Yo? No soy nadie, sólo un mensajero, un esclavo del Logos, instrumento de frágil barro, un bufón.
  
Fin


“El bufón de Dios”
Marcos Silas Bocanegra
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Portada:
“A fool”. David Teniers the youngest, circa 1640.
 “The Mocking of Human Follies”. Frans Veerbeck, circa 1550-1570
Dominio público – Wikimedia Commons

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